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Recuerdos de dictaduras

Imaginemos que estamos en un país europeo gobernado por un partido democrático de derecha o, si se prefiere, de centro derecha. Imaginemos también que, en ese país, todavía quedan restos conmemorativos de un régimen dictatorial que dirigió el país con mano de hierro durante más de treinta años. No nos referimos a restos arquitectónicos, edificios, etc., sino a recordatorios más sutiles, más humildes y cotidianos: nombres de calles, placas conmemorativas, símbolos adosados, etc. Observemos que el partido gobernante remolonea la retirada de esos monumentos de la ostentación pública y su conservación en lugares más apropiados como museos o centros de investigación histórica. Nos asalta entonces una pregunta: ¿qué necesidad tiene ese partido de hacer tal cosa? La primera respuesta es que se siente identificado con ese régimen dictatorial. ¿Qué otras respuestas caben? ¿Por qué un partido democrático parece defender un régimen indefendible?   ¿Se identifica su base elec

La dimisión de Rita

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Se ahorró Rita Barberá la ceremonia que escenificaba la pérdida de "su" alcaldía, mantenida durante tantos años. Antes que ver como Joan Ribó le sucedía en el cargo dimitió como concejala del Ayuntamiento de Valencia. Puede que humanamente su actitud pueda ser comprendida; veinticuatro años es toda una vida y, al final, uno o una se siente tan identificado con el cargo que ocupa que es como si hubiese nacido alcaldesa, concejal o diputado y como si la poltrona fuese suya. Es lo que ocurre cuando los mandatos se prolongan durante mucho tiempo. Al final aparece Luis XIV con aquello de "El Estado soy yo" o "El alcalde soy yo" o "Mi silla soy yo". Es normal. La actitud de Rita solamente merece dos comentarios. El primero es que es una necesidad de Salvación Pública que los cargos políticos no se eternicen, porque aunque sean buenos, en el sentido de eficaces, acaban perdiendo la chispa y simplemente se acomodan, y es entonces cuando surgen los vici

La coyuntura en la que nos encontramos

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Carta enviada al diario EL PAÍS y publicada el 07/04/2013: La coyuntura crítica en la que se encuentra la sociedad española transciende lo económico, llega a lo político y afecta a lo ético. Nos encontramos ante una crisis global en el sentido de que perturba todas las facetas de la existencia colectiva. Estamos en una crisis que inquieta al sentido mismo de nuestra convivencia. Y todos los síntomas apuntan hacia el agravamiento no hacia la mejoría. Más allá de los devastadores efectos de la crisis económica, determinadas actuaciones de políticos, empresarios, miembros de la judicatura, famosos de distinta índole, es decir de aquellos que deberían liderar el proceso de salida de la situación actual y establecer una estrategia regeneracionista, contribuyen a todo lo contrario. La abundancia de casos de corrupción, chanchullos, nepotismo, aferramiento a los cargos públicos, evasión de impuestos, alargamiento de los procesos por corrupción política, injusticias sangran

Una situación insostenible

La situación política española se esta viendo inmersa en algunos problemas bastante graves. El primero proviene de la crisis económica y social que estamos padeciendo y se refiere a la perdida de legitimidad del mismo sistema democrático. Una parte importante de la población observa que la democracia, tal como la concebimos y practicamos, se muestra poco capaz de resolver los problemas de la gente. Es mas, se percibe que el Estado esta dejando de ser un elemento  redistribuido paliador  de la desigualdad,  también está perdiendo su cualidad de ofertante de servicios sociales que proporcionan cierta seguridad a los ciudadanos ante los vaivenes económicos. Entonces ¿para que sirven las instituciones democráticas si no pueden ayudar a quien lo necesita? El segundo problema es la aparición de constantes casos de corrupción política. Cuando aun no se ha apagado uno ya ha surgido el que le releva en los medios informativos; es la noticia que no cesa. Ya no se trata solamente del típico c

Occidente y los movimientos islamistas

Estamos viendo como los movimientos islamistas acceden al poder o se han reforzado tras las llamadas “primaveras árabes”. Es cierto que no fueron ellos quienes prendieron la mecha de la llamarada revolucionaria pero también lo es que, ante el incendio, estaban mejor situados que nadie. Durante décadas el mundo árabe ha estado sometido a regímenes dictatoriales de todo  tipo: monarquías absolutas, regímenes laicos y socializantes de partido único, dictaduras esperpénticas, emiratos,... En ellos la única forma posible de participación social, de actuación solidaria, de creación de redes culturales, políticas, laborales, etc., era a través  de la religión. Por ello los movimientos islamistas fueron ganando terreno entre la sociedad civil; fueron el instrumento de la vertebración social. Habían llegado incluso a un cierto grado de simbiosis con las mismas dictaduras; por eso no fueron los provocadores del incendio, aunque después se sumaran a él. Así pues, el mantenimiento de las dic

Crisis y equidad

Esta crisis va dejando ya un reguero de vencedores y vencidos bastante claro. Las actuaciones políticas, las “reformas”, para salir de la crisis no son neutras; favorecen a unos y perjudican a otros. Las consecuencias de estas medidas están cayendo, fundamentalmente, sobre las clases medias y bajas: los recortes sanitarios y educativos les afectan más gravemente, la reforma laboral les deja inermes, los funcionarios ven rebajado su sueldo y sus horarios aumentados, otros son despedidos, los impuestos aumentan, el paro se desboca,... Mientras tanto, las rentas del capital sortean hábilmente la crisis. Los evasores fiscales no solamente son perdonados sino que, además, pagan menos impuestos que los que han cumplido con sus obligaciones.  No se han aumentado los impuestos a los que más tienen con la misma proporcionalidad que al resto de la sociedad. Y hay más ejemplo: los clubs de fútbol deben millones a la Hacienda pública y nuestros jugadores ganarán primas de trescientos mil euros

Los grupos dominantes ya no tienen miedo

Ya no tienen miedo. El poder, léase el conglomerado formado por instituciones políticas, grandes empresas, multinacionales, bancos, financieras, etc., ya no tiene miedo a los movimientos sociales. No ven ninguna posibilidad de que el pueblo llano, léase trabajadores, funcionarios, desempleados, estudiantes, pequeños empresarios, etc., inicie algún tipo de cambio más o menos revolucionario. Lo dijo ayer Rajoy en Bruselas. Parece que todo político gobernante que se precie debe haber padecido su huelga general; es como una medalla al mérito. Pero no denotaba miedo, ni preocupación, simplemente resignada aceptación. La frase de Rajoy      muestra una forma de pensar que comenzó a fraguarse cuando cayó el muro de Berlín en 1989. Hasta entonces, en la Europa occidental, se había impuesto un modelo de capitalismo caracterizado por el Estado de Bienestar; ello permitió la mejora salarial de las rentas del trabajo, un amplio abanico de servicios ofrecidos por el Estado de forma gratuita (sanid